Charles
Anwhison era un hombre de ciencia, muy dedicado a su trabajo, era químico y arqueólogo,
sus avanzados estudios habían hecho duro su espíritu, a todo acontecimiento
siempre le encontraba una explicación lógica, los reconocimientos mundiales que
había recibido llenaban sus vitrinas y su vida, pensaba que no había nada más
satisfactorio que alcanzar el éxito y sobresalir por sí mismo, cuando alguien
mencionaba a Dios, el cauteloso cambiaba la conversación y aclaraba que todo
individuo que era feliz era el resultado de su esfuerzo y de su trabajo, que
los logros los daba la constancia y la dedicación.
Siempre
decía que la pobreza y la ignorancia eran los causantes de andar buscando ayuda
y guía divina, que siendo incapaces de sobrellevar nuestras cargas y angustias
inventábamos dioses que nos prometían una felicidad eterna y futura; por lo que
con él sólo podía hablarse de ciencia y de trabajo y más ahora que tenía en
mente ese proyecto tan ambicioso, no había que ocupara más poderosamente su
atención que encontrar las ruinas del templo en Jerusalén, pues según sus
investigaciones y estudios todavía existía una cámara subterránea oculta que
contenía información inédita de papiros (escritos) y tesoros de ese otro
esplendoroso imperio.
Charles se
pasaba los días organizándolo todo, viaje, víveres, animales, herramientas, en
fin, todo aquello que requería para llevar a cabo su extraordinario proyecto.
Llegó el
momento esperado con tanta emoción, por fin pisaría Tierra Santa. Llegado el
momento instaló su campamento, lo hizo cerca del río Jordán, contrató además de
sus expertos gente aldeana, conocedora de costumbres y regiones, pensaba para
sí que si lograba encontrar la anhelada cámara tendría más fama y éxito que
cuando encontró las ruinas sagradas de Perú.
Se dedicó en
cuerpo y alma a su proyecto, cada día terminaba agotado, pasaron días y meses,
estaba exhausto y ¡nada¡, nada sucedía, empezó a desalentarse, sentía que había
calculado todo, considerado todo, ¿qué podía estar fallando? Unos días más
tarde los trabajadores le gritaron fuertemente, él dejó lo que estaba haciendo
y corrió hasta donde estaban, en medio de una caja de piedra se encontraban
unas pieles que envolvían unos rollos, los sacó emocionado y corrió al lugar
donde dormía, los desenvolvió con cuidado, los contempló extasiado, eran reales
y originales y empezó a poner en práctica sus conocimientos del Arameo. La
historia que contenían no era precisamente de la realeza, eran los escritos de
una familia judía, en ellos se narraban acontecimientos que daban testimonio de
que en verdad ellos habían sido testigos de una estrella en el cielo, era
aparentemente un hombre que se había convertido al Cristianismo y narraba
sucesos y milagros de un hombre llamado Jesús de Nazaret, hablaba de su
humildad y grandeza, de su porte divino, de cómo las entrañas de ese ser se
llenaban de misericordia y amor por los más desvalidos, y de una manera tan
explícita, narró todo el juicio injusto del que fue objeto: las burlas, la
crucifixión, los movimientos que se sintieron y que daban testimonio de que en
verdad ese era el hijo de Dios, luego narraba la persecución que sufrieron por
su creencia, la manera en que algunos de sus familiares fueron encarcelados y
asesinados por no negar la fe en ese ser tan maravilloso. Eran tantas y tantas
las cosas que esos rollos contenía que Charles no podía dejar de leer tan
maravilloso relato, finalmente encontró el testimonio más grande que pudiera
existir, éste hombre tuvo que vivir el horror de ver cómo sacrificaban a sus
hijos por no negar lo que sabía, porque confiaba en las tiernas misericordias
de la redención y de la resurrección, y finalmente, como un ermitaño errante,
escribió y guardó su testimonio para que tal vez algún alma lo encontrara y
supiera de esos acontecimientos que cambiarían a los hombres y les darían una
nueva visión y una nueva esperanza.
Cuando
Charles reaccionó había amanecido, el no conoció al hombre que escribió, pero
sentía que lo amaba y admiraba, entendió que las riquezas de éste mundo no
pueden acompañarnos al más allá, pero los hechos de servicio y amor y confiar
en un creador supremo pueden servir como llave para abrir la puerta de la salvación
y obtener nuestro perdón.
Charles
regresó a su hogar cambiado, no encontró la cámara oculta que buscaba, pero
encontró algo de más valor, supo que realmente la vida de un hombre basada en
sus logros personales es inútil y vacía, que cuando crees en algo y tienes fe
en ello, eres capaz de soportar el más grande de los dolores y hacer cualquier
sacrificio sabiendo que tu recompensa no son los reconocimientos humanos sino la
cálida y apacible voz de un ser amoroso que tiernamente te tome entre sus
brazos y te diga: “Buen siervo y fiel, en lo poco haz sido fiel, en lo mucho te
pondré, entra en el gozo de tu Señor”.
PORQUE CADA
INDIVIDUO ES LIBRE DE CREER O NO HACERLO, PERO QUÉ MARAVILLOSO ES SABER QUE NO
ESTAMOS SÓLOS EN NUESTRA LUCHA EN ESTA VIDA, QUE SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE PUEDE
AYUDARNOS A LLEVAR NUESTRA CARGA PARA QUE SEA LIGERA.
Por Araceli
Canaán de Guevara
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.