LA CICATRIZ


Cada mañana antes de irse a trabajar Imelda pasaba por el espejo, acariciaba la abultada cicatriz que sobresalía en su mejilla, su rostro se endurecía al hacerlo, a veces una lágrima se asomaba en sus ojos, la secaba, suspiraba y salía.  Ese era su diario ritual, por las noches evitaba mirarse en el espejo, pero antes de dormir volvía a recordar el sonido de las motos, y el escorpión en esa mano asesina.

Muchas noches las pasaba sin dormir pensando cómo llevar a cabo su venganza.  Tenía una confidente, Maggi, una tierna y dulce mujer, siempre tratándola de persuadir para que se operara la cicatriz, pero Imelda no aceptaba, esa cicatriz era el recuerdo de esa horrible noche y es lo que la impulsaba a tratar de encontrar a la persona que le había dañado y cobrarse lo que le habían hecho.  Era incongruente, ella era una psicóloga muy acertada, sus consejos y conocimientos habían ayudado a muchas personas a continuar adelante con sus vidas, siempre tenía la palabra adecuada para sus pacientes, pero en la soledad era la persona más sufrida y no encontraba consuelo en nada.

Un día recibió un paciente con el mismo escorpión en su mano, pero era imposible que fuera él, era más joven que ella, y en el interrogatorio supo qué hacía un año se había hecho ese tatuaje por aburrimiento o moda, ni siquiera podía explicar el muchacho la razón de haberlo hecho,  Imelda eventualmente recibía informes de un investigador y un día le llegó uno, el hombre que esa inolvidable noche había llegado a la Hacienda de su padre y les había asesinado para robar el dinero que habían recibido de la venta de la cosecha y ganado había muerto en otro asalto, cerró los ojos, revivió la escena, su madre llorando suplicando que se llevaran todo pero no le hicieran nada a su esposo, lo que la niña no olvidaría jamás era el tatuaje en la mano del que parecía ser el jefe, ¡un escorpión!,  en un momento inesperado la madre la arrojó por la ventana gritándole: ¡corre Imelda corre! uno de los motociclistas corrió tras la niña, al atravesar la cerca Imelda rasgó su rostro con un cable de acero, el hombre al no ver para donde corrió la niña, regresó cuando se escucharon varios disparos, la niña corrió en medio de la noche y pidió auxilio a unos vecinos, la escena era desgarradora, el bebé, su madre y su padre muertos, pero,  ¿por qué? se preguntaba, no acaso se les había entregado el dinero.

Imelda trató de salir adelante, estudió, pero nunca dejo de pensar en vengar a sus seres amados.  Maggi le suplicó que se olvidara de todo, el hombre que la daño estaba muerto y seguramente sería castigado por un Ser supremo, y le insistía en que se operara la cicatriz, luciría más esos hermosos ojos que tenía y también borraría un poco el pasado y el dolor que éste representaba en su vida.  

En su búsqueda encontró al hijo del hombre, un muchacho sencillo e inteligente, se acercó a Él con la intención de enamorarlo y llevar a cabo su venganza, era médico y estaba haciendo la especialidad en cirugía reconstructiva, su alma era limpia, casi no podía creerse que un asesino fuera su padre, Imelda logró colarse tanto en su vida que un día la invitó a cenar a su casa, realmente era una casa sin muchos lujos pero muy limpia, allí conoció a Sofy como cariñosamente la llamaba su hijo, era una mujer muy cansada, con las manos casi destrozadas, tenía una mujer que le ayudaba a los quehaceres del hogar, en una de tantas visitas Sofy le contó a Imelda las peripecias que tuvo que pasar para que su hijo Ángel estudiara, le contó que su esposo se había unido a una pandilla de malvados y que se había vuelto un hombre pendenciero y malo, que ella huyó de su lado para salvar a Ángel y a su hermano Juan,  que ella trabajaba haciendo quehaceres, lavando ropa,  una vida difícil para una mujer sola con dos pequeños, debido a las condiciones de pobreza que enfrentaron Juan murió de una pulmonía, por eso Ángel prometió ante su tumba que estudiaría medicina para salvar a los enfermos.

Esa noche cuando Imelda regresó a casa se miró en el espejo, miró la cicatriz y le pareció más fea que nunca, estaba confundida, como vengarse de quien también había sufrido por la maldad de un hombre, se sentía desarmada. 

Una noche Sofy le preguntó porque no se operaba su cicatriz si era ella tan hermosa, Imelda no pudo hablar y salió corriendo, Ángel la buscó al otro día y pidió disculpas por si acaso su madre la había ofendido, Imelda aclaró que no era Sofy, que era ella y sus recuerdos, y entonces ella sacó todo el dolor que llevaba dentro, le contó cómo es que había llegado a Él y con qué propósito, en un momento los dos lloraban abrazados, Ángel suplicaba perdón por el daño causado por su progenitor, a partir de allí, su amistad se hizo más fuerte y firme, Maggi insistió en que Ángel operara a Imelda, El aceptaba gustoso, pues le serviría para su examen final y a ella le borraría un triste recuerdo, convencida por todos Imelda accedió, se miró por última vez la cicatriz en el espejo, abrazo a Sofy, a Maggi y a Ángel, y antes de entrar a quirófano le dijo a Dios que la ayudara a borrar las cicatrices del alma. 

La cirugía fue todo un éxito, cuando por fin le enseñaron un espejo, Imelda vio su rostro reflejado en el espejo, se veía tan linda, y lo mejor, sentía una tranquilidad y una paz como no la había sentido desde esa fatídica noche.  Paso un tiempo, ellos se hicieron novios y una noche en una cena Ángel le pidió a Imelda ser su esposa, Sofy y Maggi brincaron de gusto, Imelda aceptó y al levantar su vaso para brindar dijo:  Yo le pedí a Dios vida para vengarme y el me dio vida para aprender que solo el perdón nos puede restaurar y quitar las cicatrices del alma, yo creí tener sed de venganza y me mostró que lo que tenía era sed de amor.  Imelda lloraba, pero esas lágrimas ya no eran de dolor sino de felicidad.



SOLO EL PERDÓN SINCERO PUEDE LIMPIAR Y QUITAR LAS CICATRICES DE UN ALMA HERIDA.

  

                                                                          ARACELI CANAAN DE GUEVARA

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