Los calcetines.

En el rincón de un país, un pequeño niño caminaba por la calle descalzo. Iba sin preocupación, sin importarle lo que dijera o pensara la gente. Le gustaba ser así, le gustaba caminar descalzo, le gustaba andar entre los charcos de agua, le gustaba sentir la tierra entre sus pies.
Era un niño que provenía de una familia humilde. Amaba esa vida, pues era el único tipo de vida que conocía. ¿Podría haber algo mejor? Para ese niño esa vida era única, pues era feliz. Nunca preocupo a sus padres pidiendo más de lo que ellos podían ofrecerles. Nunca juzgo a mal lo que sus padres les daban, poco o mucho sus padres lo daban todo por amor. El niño había visto los grandes sacrificios que sus padres hacían para darles algo de comer.
En una ocasión, encontró entre la basura un par de calcetines rotos, los dedos gordos de ambos pies se asomaban por los agujeros. Al niño le divertía ver eso, se imaginaba a dos serpientes gordas tratando de escapar de sus guaridas. Tener un par de calcetines rotos lo hacían sentirse especial. Todos podían tener calcetines nuevos, pero solo él tenía ese par de calcetines rotos. Y eso lo hacía feliz.

Lo pequeño y simple nos hace mejor la vida, nos hace sentirnos especiales, lo menos es más. La sencillez frente a la ostentosidad nos hace realmente felices. Ser agradecidos con lo que tenemos nos hace estar bien con nosotros mismos y con los demás. Podemos ser felices incluso con los calcetines rotos.

Por Jomer Malaya.
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.

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