Había una vez en algún rinconcito de alguna ciudad, de este mundo, de este universo una niña que se negaba a crecer.
“Los adultos son aburridos” -siempre decía - “ya no sueñan, ya no juegan, ya no corren, ya no creen”. Veía cómo sus padres siempre peleaban, discutían por cualquier razón, eso a ella disgustaba pues decía que los adultos ya no creen en el amor.
Los vecinos siempre la regañaban, pu s cuando jugaba se ponía a gritar. Muchas veces se imaginaba que era un astronauta y que corría por la superficie lunar. En los días de lluvia jugaba que vivía en el mar, se imaginaba que era una sirena que no dejaba de nadar. Los adultos siempre la regañaban por el alboroto que llegaba a causar, eso a ella le disgustaba pues decía que los adultos ya no creen en la libertad.
Un día se encontró un perrito herido a orilla del camino, lo tomó en sus brazos y a su casa lo llevó. Lavó su cuerpo y sano sus heridas, le ayudó a sobrevivir en este mundo. Sus padres al descubrir al cachorro se enojaron mucho con la pequeña y al cachorro a la calle sacaron sin tomar en cuenta las heridas que tenía, eso hizo enojar mucho a la niña que decía que los adultos ya no les importaban los demás seres, los adultos ya no creen en el servir y él ayudar.
Era una niña muy curiosa, a cada paso que daba se detenía a observar. Observaba los cielos, el atardecer, a las personas, a los animales, a la vida y al amor. Veía tristemente como ante las maravillas del mundo los adultos pasaban sin hacerle caso y eso molestaba a la niña pues decía que los adultos ya no tenían la capacidad de asombrar.
En un rinconcito del mundo, había una niña que se negaba a crecer y aunque pasaron los años, uno tras otro ella nunca dejó de soñar, de bailar, de creer, de ser feliz, de ser libre, nunca dejo de amar.
Por Jomer Malaya.
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.

