Bien dicen que en una mente ocupada no cabe la tristeza; ¡y vamos, mucho menos la depresión! Cuando nuestro psique experimenta un evento psicológico importante depende de nuestra resiliencia el poder tomar control de nosotros mismos y reponernos ante la situación, pero, por supuesto existen momentos en que sin importar cuanto lo intentemos la sombra de nuestros temores no se disipan fácilmente.
La depresión siempre viene con su incondicional amiga la ansiedad, que genera una preocupación extenuante por aquello que aún no sucede y que, sin embargo, percibimos con certeza que así tendrá que pasar, he tenido la oportunidad de trabajar con una paciente durante más de un año, se acercó a mí, con un diagnóstico previo de depresión y con una muy extensa y variada dosis de medicamentos que el psiquiatra ya había prescrito, lamentablemente cuando ella salía de su casa mencionaba que comenzaba a sudar, temblar, pensaba que algo muy malo le ocurriría... trabajamos durante muchas sesiones a canalizar esas emociones y percepciones que tanto le aquejaban y seguíamos sin tener una respuesta certera acerca de que estaba ocurriendo. Los medicamentos eran los correctos, la terapia le había ayudado a mejorar su vida familiar y sus relaciones en el trabajo, pero al salir de casa y permanecer en la calle, se sentía desprotegida completamente; un día en medio de una sesión recordábamos su infancia y a sus padres, su camino hasta la adultez y finalmente su largo matrimonio que ahora se mostraba más pleno que nunca; y de repente sucedió, ella dijo: “He tenido miedo desde siempre, mi madre una vez salió al mercado a comprar y cuando regresaba a casa... tuvo un infarto fulminante y perdió la vida, ese día algo se rompió dentro de mí y aunque comencé a sentir temor pude vivir muchos años con eso, no fue hasta después del accidente automovilístico que entonces ese miedo me paralizó por completo”.
Por favor, deténganse a pensar en el sentir de esta mujer y en lo mucho que significaba para ella el hecho de vivir durante los últimos 28 años de su vida con el temor de salir de casa, con la incertidumbre de que saldría para no volver; ella vivió 28 años ocultándose a sí misma lo que estaba sintiendo y dejando a un lado las voces y síntomas, que su cuerpo expugnaba de manera constante.
Sucede que no tenemos entrenamiento para escuchar las sensaciones corporales que nuestra voz interna intenta sacar a gritos, lejos de que ustedes no estén pasando por una situación similar les aseguro que más de uno ha pensado “lo tengo todo, y aun así no soy feliz”, es difícil y a veces doloroso escuchar esa sutil voz y pensamos inconscientemente que será demasiado trabajo validar esas sensaciones y darles un verdadero sentido.
No tenemos una educación acerca de las emociones, de niños nuestros padres intentan inculcarnos un juicio universal acerca de lo que está bien y de lo que está mal, pretendiendo que entendamos de la mejor condición aquellas “verdades absolutas” que la sociedad supone que más convienen.
El lenguaje de las emociones es completamente desconocido y perdemos aquella ingenuidad que de niños nos caracterizaba, entonces con el paso de los años nos vamos poniendo zapatos de plomo cada vez más pesados, y con el tiempo vamos viendo cómo ese plano recto que creíamos era tan fácil de atravesar ahora no solo es más difícil, sino que está inclinado hacia algo que realmente no queremos, es cuando acometemos a cuestionar aquellas verdades y aquellos caminos que todo el tiempo nos dijeron que eran los correctos para llegar a la felicidad.
“La actividad física y el contacto social son los dos grandes antidepresivos”
Gema Salgado.
Existimos completamente condicionados a que manifestar lo que sentimos, no es bueno, porque en la mayoría de los casos traen consigo una exhibición mayor de nuestros rasgos menos pulcros, cuando en realidad lo único que hacemos mal es no ser asertivos. Si esta mujer hubiera logrado respetar el duelo de perder a su madre, si ella hubiera apartado aquellas sensaciones y emociones a un plano menos inclinado y más realista, la depresión no hubiera llegado.
A veces lleva años lograr que el interior se enuncie; pero estén al tanto, que aquella voz en ningún tiempo se aquieta hasta lograr ser atendida. Quizá al final todo resulte en un error, pero, por favor ya no inclinen más su plano, ya no pongan más plomo a sus zapatos, solo reconquistamos la libertad cuando decidimos comenzar a intervenir, cuando empezamos a creer y a descubrirnos.
Por último, quisiera compartirles esta página http://www.ayudaparadepresion.org.mx/, puede ser de utilidad para más de una persona, el sitio ofrece información sobre la depresión y un programa de autoayuda al cual pueden registrarse. Podrán aprender cuáles son los síntomas de depresión, evaluar si los tienen y qué hacer para reducirlos.
Con cariño Gaby Rivera



