Había una vez en un rinconcito del mundo, un niño. Un niño especial que tenía el deseo de conocer el mar.
Nunca se perdía de las historias que llegaban a contar los viajeros que pasaban por su hogar, escuchaba que el océano era tan grande que no se lo podía imaginar. Le contaban de barcos tan grandes como el tamaño de su escuela.
En los libros le describían animales tan grandes como Moby Dick, que era una ballena tan grande como un barco ¡Imagínense! Y si un barco era del tamaño de su escuela... ¡Imaginen el tamaño de ese animal! Leía que a Pinocho y a su papá los comió una ballena, el niño se ponía a hacer sus cálculos, si un hombre era grande y ese animal se comía a ellos dos con todo su barco ¡Imaginen el tamaño de ese animal!
Nunca se perdía las películas donde salía el océano, pero a través del televisor no era posible apreciar la magnitud del mar.
Había una vez un niño que quería conocer el mar, le emocionaba, pero también le atemorizaba. ¿Serían ciertas todas las historias que escuchaba o leía? Ya ven que a veces al hombre se le da por exagerar.
El niño crecía y crecía, pero su deseo de conocer el mar no se extinguía. Trabaja día a día para ahorrar lo suficiente para viajar a la costa y conocer el mar, pero siempre surgía algo que le hacía gastar sus ahorros y se quedaba solo con el deseo de hacer... con el viejo deseo de conocer el mar.
El niño, que ya no era tan niño se casó. Siempre le decía a su esposa: ¡Algún día conoceré el mar! Su esposa ya conocía el mar, le contaba historias de la gente de las playas, de su comida, de su ambiente. Quizá fueron esas historias las que lo enamoraron y por eso se casó. Cada tarde al volver a casa, besaba a su esposa, miraba fijamente un cuadro que le regalaron algún día... era el mar. Lo miraba fijamente y se decía: ¡Algún día conoceré el mar! Y sonreía.
Llego un día en que el niño que ya no era un niño recibió una gran noticia. Sus nietos le dijeron - ¡Abuelo!, vamos a llevarte al mar- ¡Era sueño lejano, pero que nunca había logrado olvidar! Se levanto de su sillón, miro la vieja pintura.
- ¡Conoceré el mar!- una lagrima corría por su mejilla y pensaba si eso era un sueño o era la realidad.
Durmió todo el camino. Al despertar escucho el sonido de las olas, su corazón palpitaba rápidamente. Escuchaba el sonido de las gaviotas. Subió poco a poco una lomita.
Cuando llego a la cima no pudo evitar su emoción, sentía como si sus piernas perdieran la fuerza. Se arrodillo frente a esa inmensa imagen, era enorme, era hermoso, era mucho más de lo que se había imaginado.
Sintió el agua en sus pies, camino poco a poco adentrándose a la mar. Recordó la vieja historia de su abuelo que decía que los hombres venían del mar.
Estaba contento. Sintió como el agua cubría todo su cuerpo, se sintió libre, se sintió vivo, se sintió volar. Vio hacia el cielo, cerró los ojos y comenzó flotar.
Entonces el cuerpo del niño se convirtió en sal y su alma se hizo parte del inmenso mar. Cumplió su sueño y logro finalmente una plenitud de felicidad.
Por Jomer Malaya.
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.


