-¡No quiero ser como mi Padre!- Gritaba Claude a su
madre mientras ella se encontraba en cama.
En ese rinconcito del planeta, en aquella época
extraña, las personas aprendían el oficio de los padres, era una herencia, o como
Claude lo llamaba: La maldición de los hijos.
Claude quería ser artista, quería viajar por el mundo,
conocer, descubrir, aprender, vivir. Pero al morir su madre, todos esos sueños
y esperanzas murieron con ella. Claude comenzó a caminar al lado de su Padre,
comenzó a aprender a llevar la contabilidad y la recaudación de impuestos. El
semblante de Claude cambió. Su sonrisa se convirtió en una mueca de amargura y
descontento, su amabilidad fue reemplazada por palabras toscas y groseras, su espíritu
de libertad se transformó en cadenas de miserabilidad. La maldición había
llegado a él, y no había nada que se pudiera hacer.
Un día mientras desempolvaba las muchas cosas de su
casa, se encontró con una nota que llevaba su nombre:
“¿El
destino está escrito? ¿Nuestro futuro está definido? Tal vez está escrito, pero
hay una verdad muy importante, el destino puede cambiarse. ¿Cómo? Esa es la
pregunta mi pequeña Claude, ¿Quieres cambiar tu destino? ¿No quieres
convertirte en tu Padre? Solo tienes que “hacer algo”. ¡Hazlo! ¿Quieres ser tú
mismo? ¡Hazlo! ¿Quieres seguir tu propio camino? ¡Hazlo! ¿Quieres ser feliz?
¡Hazlo! Solo tienes que hacerlo, olvídate de lo que los demás digan que es
mejor para ti. Solo tú mismo sabes que es lo mejor para ti. Tu felicidad solo
podrá ser alcanzada por ti mismo, por nadie más. Puedes cambiar tu destino,
solo debes tomar la decisión de hacerlo. Recuerda tus sueños, resucita tus
esperanzas, no dejes de seguirlos. No dejes de luchar por tu propia vida. Sé tú
mismo, tú eres Claude, nadie puede decir que eres alguien más.”
Miro el remitente, volteo a donde estaba su padre. –Mi
sueño era ser un gran cantante de ópera- decía el Padre con lágrimas en los
ojos.-No tienes que seguir este camino, este es mi camino. Anda hijo mío, busca
tu propio camino, busca con quien andar el camino que elijas, se feliz. Y no
heredes la maldición a ninguno de tus hijos, enséñales de la libertad, del
amor, de la vida.
Se dieron un gran abrazo y cada quien partió por su
camino, a vivir, a ser libres, a ser felices.
Por Jomer Malaya
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.
