En el rinconcito de un
viejo pueblo, un joven decidió abandonar su hogar para encontrar al Amor.
Llegó a lugares lejanos
y muy hermosos, pero en esos lugares no encontró al Amor. Anduvo viajando por
mucho tiempo, conoció personas maravillosas y magníficas, pero no encontró al
Amor.
Anduvo por desiertos y
grandes praderas, por selvas y llanos. Ese joven caminaba por la aventura más
grandiosa que jamás hubo imaginado, comió cosas que jamás hubo imaginado, pero
nunca pudo encontrar la dulzura del amor.
¿Qué tan lejos debería
ir para encontrar el amor?
Durante sus andanzas conoció
a mucha gente, de todo tipo, de todo color. Altos y bajos, serios y sonrientes.
Conoció a muchas mujeres, estuvo con muchas mujeres, pero nunca conoció al
Amor.
Trato de encontrar el
amor en las montañas, pero solo encontró un pedazo de cielo.
Trato de encontrar el
amor en los mares, pero cuentos de sirenas solo encontró.
Trato de encontrar el
amor en Dios, pero no era el tipo de amor que buscaba.
Trato de encontrar el
amor en la selva, pero solo maravillas encontró.
Trato de encontrarlo en
la ciudad, en los pueblos, en la selva, en todo lugar, pero solo pedazos de
pistas encontró.
Y un día, cansado de su
búsqueda, se rindió. Creyó que jamás encontraría al Amor. Así que un buen día,
cabizbajo a su pueblo regreso. Ya no era el joven inmaduro e inexperto, era un
hombre con conocimiento y experiencias. Regreso a ese lugar que le vio nacer,
que le vio partir. Y sin quererlo, al amor lo encontró ahí.
Se dio cuenta que lo
que buscaba estaba siempre a su lado, perdió mucho tiempo buscando en otros
lugares lo que tenía en su propio hogar.
Muchas veces buscamos
al amor, pero muchas veces el amor es quien no encuentra a nosotros.
Por Jomer Malaya
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.
