En un
rinconcito del autobús estaba ella, frente a mí. Siempre viaja en el mismo
transporte público que yo. Siempre toma el mismo autobús a la misma hora, en el
mismo lugar. Se sienta frente a mí. Su cabello negro con risos juega
tiernamente con el viento, sus ojos cafés brillan con el paso de la luz a
través del vidrio del autobús. Siempre lleva una sonrisa tierna, amable,
sencilla, dulce.
Me
hubiera gustado hablarle, decirle mi nombre y preguntar por el suyo. Sé que
habría sido una plática maravillosa. Aprendería sobre sus sueños, sus
aspiraciones, sus gustos y aficiones. Esa plática pudo haberse convertido en
dos, en tres, en más. De las conversaciones podríamos haber pasado a las citas,
una primera visitando una exposición en el museo de la ciudad. La siguiente
cita podría haber sido caminando en el centro de la ciudad y comer uno de los
mejores helados del mundo. Habría tomado de su mano. Y en la tarde fría del
invierno le habría envuelto con mis brazos, habría acariciado su rostro y
besado sus labios. De las citas pasaríamos al noviazgo, y del noviazgo a estar
juntos eternamente. Sé que podríamos ser eternamente felices. Una hermosa
escena.
El
autobús se detiene, sin darme cuenta baja de ahí. Le veo mirar hacia mí, le veo
alejarse poco a poco. ¿Por qué no dije nada? Simplemente guarde silencio porque
tenía miedo. Miedo al rechazo, miedo a fracasar.
Siento
un impulso que me hace levantar del asiento, detengo el autobús, bajo y corro
unas cuadras hasta encontrarle. Va caminando a unos pasos de mí, toco su
hombro. Ella voltea y sonríe; mis manos sudan, mis piernas tiemblan. Me quedo
estático sin decir palabra alguna. -Me llamo Juan- Le digo. Ella sonríe, -me
llamo Sara- Contesta mientras estrechamos las manos. Comenzamos a caminar,
hablo puras tonterías, ella sigue sonriendo.
-Creía
que jamás me hablarías- me dice mientras recoge su cabello sobre su oído. –Esta
iba a ser tu última oportunidad, mañana tomaría otro autobús. Me alegra que
estés aquí.
La
vida nos da oportunidades que muchas veces por miedo dejamos pasar. Hay
oportunidades que nunca regresan. Hay oportunidades que nos pueden hacer
felices el resto de nuestras vidas, solo si tomamos una decisión: Ser valientes
y actuar.
Por Jomer Malaya.
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escriba*.
