Dos de la mañana. Había que hacer cosas, a éste punto Selene Chávez no quería recordar ni qué.
Sólo estaba consiente de que había una pila de hojas que tenía que entregar el día siguiente en el trabajo.
Se levantó y se preparó otra taza de café, trató de hacer el proceso lo más lento posible para no tener que volver a la silla que había empezado a entumirla. Después del primer sorbo se dió cuenta de que había olvidado sacar la ropa de la lavadora. Y que la necesitaba el día siguiente.
Procedió a ir a la zotejuela, sacó la ropa para tenderla, sabía que los ganchos estaban en su habitación, pero, la puerta estaba con seguro, y después de buscar por un rato, se convenció de que dejó adentro la llave, y pensó en lo terrible que sería el día siguiente, tener que buscar un cerrajero y condenarse a llegar tarde, y perder su trabajo para siempre, pensó que ya la vida no valía, y aventó al suelo una pila de papeles, las llaves entonces salieron volando.
Las recogió, sacó los ganchos y puso una por una todas las prendas al ventilador para que se secaran. Se rehusaba aún a volver al trabajo, así que hizo una excursión al refrigerador. Lo único que parecía servible. Decidió era el jamón, así que tomó una rebanada, y volvió por otra cada tanto. El silencio la estaba matando, le daba una sensación de vacío, en especial porque no había nadie que cambiara eso durante el día.
Terminó lo que tenía que hacer una hora antes de salir al trabajo, así que tenía media hora antes de tener que bañarse y arreglarse. Decidió sentarse en el piso, bajando lentamente mientras recargaba su espalda con la pared. Y empezó a llorar, sólo llorar, por qué al final sabía, al final estaba convencida de que...
Por Joshua Carrillo.
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