Perdornarnos a nosotros mismos.

En un rinconcito de la casa, Amalia siempre se la pasaba por las tardes llorando. Miraba sin rumbo fijo por la ventana el atardecer. Muchas veces aunque su cuerpo estaba presente, su mente parecía muy distante. Sus padres la habían llevado a muchos médicos, le habían diagnosticado depresión, hipertensión arterial, soplo en el corazón y muchísimas cosas más. Había perdido su deseo de comer. Incluso sus padres habían pensado seriamente en internarla a un hospital especial.- ¡No estoy loca!- Les gritaba Amalia cuando sus padres hacían un comentario de su salud.
¿Qué tiene Amalia? Se preguntaba toda la gente. Conoció muchos psicólogos, psiquiatras, incluso muchos santeros. Pero nada podía ayudarla. ¿Acaso Amalia había perdido su deseo por vivir? Cada tarde a la misma hora se iba a ese rincón, tomaba la fotografía de su hermana, y lloraba como si hubiera sido ayer el accidente. Un accidente trágico donde murió la hermana menor de Amalia, todos le decían que debía resignarse, pero la tristeza aún ahogaba el alma de Amalia.
Fue hasta que una tía, que vivía en otro país, llego a visitar a la familia. Vio que Amalia iba a tomar unas pastillas, la tía las agarro con sus manos y las tiro a la basura. Tomo a Amalia por los hombros, y le miro a los ojos:- ¡Amalia, hija mía! No necesitas medicamento. ¿Quién dijo que los necesitabas? Mírame, todos perdimos algo aquel día. Pero tú perdiste más. No fue tu culpa, debes dejar de culparte, debes dejar de castigarte a ti misma. Nadie te culpa, ni el mismo Dios te culpa de lo sucedido. Entonces, ¿Por qué te torturas culpándote a ti misma cada día? ¡Debes ser capaz de perdonarte a ti misma! ¡Debes levantarte no importa lo que haya pasado! ¡Debes aprender a perdonar, pero aún más importante debes aprender a perdonarte a ti misma! ¿No vez que el no saber perdonarte te mantiene en este estado tan deplorable y enfermo? Levántate y vuelve a nosotros- Amalia lloraba. Lloraba como si nunca lo hubiera hecho. Las palabras de la tía fueron un abrazo a su alma, ya no sintió culpa. Decidió perdonarse a sí misma y ese día decidió volver a comer, ese día decidió volver a vivir.

¡El mandamiento dice “Perdonad para ser perdonados”, pero el verdadero milagro viene cuando aprendemos a nosotros mismos a perdonarnos!

Por Jomer Malaya.
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*.

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