En un rinconcito de este vasto planeta, La Muerte
buscaba a quien llevarse al otro mundo. Al llegar a un rincón de México, se
encontró con un recién nacido. Al verlo, La Muerte quedo pasmada. El niño había
nacido muerto, pero el espíritu del niño aún no quería marcharse. La Muerte vio
algo especial en ese bebe y le dejó vivir. A ese niño le pusieron un nombre.
Esa noche La Muerte fue a su cuna y acarició su frente. Ella le dio un nuevo
nombre, le llamó: Misericordia.
Con el paso del tiempo ese bebe creció. Su vida fue
dolorosa, llena de penas, pérdidas y dolor. Aunque el niño estuvo muchas veces
en peligro de morir, La Muerte pasaba de largo de él. Ella le dejaba vivir.
Muchas veces cuando volvía por ese lugar, pasaba a visitar a ese niño por las
noches, le acariciaba su frente y le dejaba vivir. Un día, cuando en niño tenía
doce años, tuvo un accidente. Mientras iba jugando cayó en un pozo muy profundo
y quedo herido de muerte. La Muerte se sentó a un lado de él. El niño dijo volteando
hacia donde estaba La Muerte: -Señora hermosa, ¿Acaso hoy moriré? -La Muerte
volteo hacia él y vio una vida buena, llena de buenas obras. No era justo que
alguien como él muriera así… solo. Entonces La Muerte le devolvió la vida, pero
a cambio de un precio muy alto. Cuando el niño despertó estaba acostado en su
cama, estaba vivo, pero no recordaba absolutamente nada de su vida anterior a
ese día. La Muerte le dio una nueva vida, le dio una nueva esperanza y le llamó
por un nuevo nombre que era: Justicia.
Paso el tiempo. Los días se volvieron años, y así transcurrió
el tiempo. Y un buen día La Muerte volvió a donde se encontraba aquel, que
ahora ya era un hombre anciano. Mirando a la Muerte le dijo: -Bella Señora. Ha
pasado más de un siglo, he visto guerras en lugares lejanos, he participado en
algunas de ellas. He visto llegar gente que he amado, las he visto partir. He
visto aparecer ciudades, las he visto caer. He visto los milagros de este
mundo, he visto la esperanza en la gente. He visto nacer al árbol, lo he visto
morir… y yo sigo aquí. ¿Cuándo será el día en que por fin me lleves? Sé que los
sentimientos muchas veces no permiten que dejemos partir a nuestros seres
queridos, pero ya es momento de descansar.- La Muerte lloró. Ella amaba a ese
hombre, pero tenía que dejar de ser egoísta. Con lágrimas en su rostro, La
Muerte beso en los labios a aquel hombre anciano. Su espíritu abandonó su
cuerpo, su alma al fin descansaba. La Muerte lloraba, le dio un abrazo; un
abrazo, un beso y un nuevo nombre. Un nombre que resonó en la inmensidad del
universo… y su nombre era Amor.
Por Jomer Malaya.
*Las ideas plasmadas en los artículos son responsabilidad de quien las escribe*.
