En un rinconcito del restaurante, un hombre de edad
avanzada relataba una vieja historia de amor. Cuando él tenía 15 años se
enamoró de una joven que trabajaba en su hogar. Ella era hermosa, inteligente y
muy respetuosa. El nombre de ella era Marieta, el nombre de él era Joel. Fue un
amor que no tuvo nada pasional, pero que si tuvo mucho de amor puro. Se juraron
lealtad para siempre, si es que había vida después de esta vida. Era un amor
perfecto en un mundo lleno de prejuicios e imperfecciones. ¿Puede un amor tan desigual durar para
siempre? Él pertenecía a la alta sociedad, su familia era dueña de haciendas y
grandes hectáreas de tierra. Ella era solo una joven que trabaja en las labores
diarias de su hogar. Aunque eran diferentes, compartían algo similar, un
pequeño corazón partido a la mitad. Cada uno de ellos tenía una mitad con sus
nombres grabados.
Hubo
un día en que fueron separados. Ella fue enviada a otro país, de esa manera se
esperaba que ambos se olvidaran mutuamente y siguieran su vida normal. Pero
ella escapo de donde estaba y comenzó su viaje de regreso. Él renuncio a su
nombre, a su estatus social, a su dinero. Ambos iniciaron su viaje para poder reencontrarse.
Pero, pareciera que el destino se empecinaba a truncar sus deseos. Ya que cuando
él llegaba a donde se suponía que ella estaba, no la encontraba. Ella había
iniciado su viaje a otro lugar. Y así pasaron los años. El hombre conoció más
de la mitad del mundo, desde Italia hasta Argentina, desde Chile hasta
Australia, desde China hasta Portugal. Pero jamás se cansó de buscar.
Pasaron
cincuenta años, él cansado del viaje entro a una vieja fonda a comer un poco.
Le había perdido la pista a su amor hacía mucho tiempo. Las lágrimas brotaban,
el silencio llego a su mesa. Saco una vieja cadena con la mitad de un corazón.
El sonido de platos rompiéndose se escuchó por todo el lugar. Se escuchó el
nombre del hombre. Paso a paso una mujer de casi su edad fue caminando hacia
él, de su blusa saco también una cadena con la otra mitad del corazón. -¡Marieta!-
Exclamó Joel caminando de prisa hacia ella. La abrazo fuertemente para evitar
que desapareciera, le beso tan tiernamente que los presentes no pudieron evitar
una lágrima. Cincuenta años pasaron para encontrarla, nunca se cansó de buscar.
Nunca dejó de amarla.
Nunca
dejes de buscar, no te canses de buscar. A quien busques le encontraras cuando
menos lo esperes. No pierdas la esperanza, tarde o temprano tendremos lo que
merecemos. Dios tiene preparado a alguien especial para ti, ten paciencia y de
nuevo… ¡No dejes de buscar!
Por Jomer Malaya
*Las ideas plasmadas en los artículos, son responsabilidad de quien las escribe*